Creedence Clearwater Revival - Green River (1969)

Tercer álbum grabado por esta tremenda banda norteamericana publicado en 1969. En el año 2003 se clasificó en el puesto 93 en la revista "Rolling Stone"entre 500 álbumes de todos los tiempos. Descargen y disfruten!!!
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En este proyecto, gran parte de las canciones están basadas en el canto gregoriano medieval -en latín antiguo-, con una obvia relación a la música religiosa. Algunos pensarían que este estilo es New Age, pero en realidad no es así. Se trata de una corriente musical que proviene del Medioevo, muchos siglos antes de que surgiera el New Age.

“El Hombre detrás de la Máscara”


Por Carmelo Trifiletti

Me apasiona la música en todos sus géneros, aunque, por supuesto, tengo mis preferencias, una de ellas son las historias que encierran las melodías de cantautores como León Giego, Victor Heredía, Teresa Parodí, entre otros.

Estos últimos tiempos he sido fuertemente sacudido por la famosa canción de Gieco: “El Ángel de la bicicleta”. La historia del “Pocho” Lepratti, cruelmente asesinado en el 2001 antes del derrocamiento de De la Rúa, por personas que, aunque aparentemente capacitadas para desenvolverse en ciertos roles, no dejan de ser “humanos”, los cuales, la problemática social los ha transformado en maquinas autorizadas para ejecutar atrocidades en el nombre de quien sabe que cosa. Asesinos y víctimas del siglo 21, terminan de alguna manera confundiéndose entre si. Digo esto porque unos, literalmente, dejan de respirar, los otros, ya han muerto mucho antes.

El sistema los ejecutó aunque el oxígeno en sus cuerpos declare clínicamente que siguen viviendo. La pregunta surge ante una reacción normal de todo ser humano a la hora de evadir responsabilidades ¿Quién tiene la culpa?, y no podemos negarlo, somos muy profesionales en esto, la culpa siempre la tiene el otro. Obviamente no recae sobre mí. Nuestro grito popular es: ¡Busquen un culpable y mándenlo a la hoguera! Eso calmará de alguna manera la sed de venganza de los damnificados ¿Hay algo de verdad en esto? Puede que sí, pero definitivamente jamás soluciona el problema. El verdadero dilema es que nunca nos hacemos cargo y la rueda cada vez gira con más velocidad.

La era de la postmodernidad ha desplegado un trabajo perfecto al concretar la muerte de los absolutos, estos han quedado extinguidos tras el nacimiento del relativismo y el pluralismo, dos gemelos que han logrado que el mundo pierda, de alguna manera, personalidad distintiva hasta el punto de no poder distar lo bueno de lo malo. ¿Cómo defines lo uno de lo otro cuando todo es relativo? ¿Cómo resaltas y estableces un valor cuando se nos ha disipado la definición de la palabra en si misma?

Sin embargo, no todo ha sido improductivo, algo hemos logrado ¡Hemos creado al “hombre detrás de la máscara”! Este nuevo prototipo de ser humano viene con un rostro inidentificable, se puede confundir con cualquiera, pasar totalmente inadvertido y sus acciones no pueden jamás reflejar su verdadero semblante. Sencillamente no sabemos quien es, ni a quien representa. Sólo está para ejecutar cuestiones, buenas o malas, sin ser retratado. A este personaje no se lo conoce por un partido político, una religión o un estereotipo ideológico. Estas “instituciones” sólo se han convertido en vehículos movilizadores hacia metas individuales y no colectivas. Se dicen: “Necesitamos una estructura que nos represente y provoque confianza en las masas que nos ayudarán a alcanzar nuestros objetivos”. “¡Nuestro éxito es lograr que confíen en nosotros, lo demás marcha solo!”

Este es tu mundo y el mío (el real). Nos atrae el cine y el romanticismo que encierran las películas; estas contienen una infinidad de escenas que pregonan cosas que no existen y queremos creer. Hemos inventado y plasmado en nuestras cabezas, todo tipo de secuencias virtuales para saciar nuestra conciencia de atrocidades cometidas hacia nuestro prójimo. El hombre detrás de la máscara ha aprendido a representarse a sí mismo y ha rodearse de fieles seguidores que abracen su causa con el cartel de “¡Luchemos unidos por una sociedad mejor!”. Coincidentemente esta famosa “sociedad” también es la que prefiere sentarse delante de un televisor, y así ver si otro puede hacer lo que a ti y a mí nos compete. “¡Que lo hagan ellos, para eso los votamos!” -decimos - “¡Algo se les ocurrirá!”.

Amigo/a, sólo toma esto como un consejo práctico, huye del mundo de “Matrix”, sólo es ficción, no podemos vivir de ella, mucho menos mejorar la sociedad desde un enfoque virtual.

Debemos asumir que los “comprimidos” que sanan el aparato social, no se fabrican en los laboratorios químicos ni se distribuyen a través de críticas estériles. El medicamento que combate el tumor socio-cultural se obtiene a través de una búsqueda incansable de valores y principios perdidos u opacados por la famosa “libertad ideológica”. Esta última no contiene nada malo en si misma, pero el mal uso que le damos, generalmente, traspasa los derechos y códigos de convivencia por los cuales se rigen los pueblos. Claro, entiendo que las posturas absolutas también nos han acarreado bastantes problemas al momento de convertirse en los ya conocidos “abusos de poder”. Sin embargo, debemos reconocer que los principios que transforman y prosperan a una sociedad están basados en absolutos bien encaminados. El ser humano busca, aun de forma inconsciente, algo que lo haga sentirse seguro. La pregunta que me planteo es: ¿Puede encontrarlo en la diversidad de productos sin sellos de garantía, ni fecha de vencimiento que las góndolas de un mundo compulsivamente consumista ofrece?

El hombre detrás de la máscara, oculta lo que cree no debe ser visto, no quiere ser criticado ni juzgado, mucho menos corregido. No quiere ser reconocido, caso contrario no podría prostituirse institucionalmente sin quedar expuesto; no se enamora ni se casa con nadie, esto lo llevaría al compromiso de la fidelidad y la integridad y por ende, la honestidad. Siempre es mucho mas “redituable” venderse al mejor postor, cobrar por el servicio y esperar el próximo “cliente”.

El hombre detrás de la máscara tiene un doble discurso. El primero es para apoyar – como un ejemplo – todo tipo de campañas a favor de la prevención de la salud, el segundo es para promover (con una elaborada diplomacia) el consumo compulsivo de todas aquellas cosas las cuales hacen que, a la corta o a la larga, el tejido social termine por destruirse.

La canción que León Gieco hace en honor a Lepratti dice en una de sus partes “cambiamos ojos por cielo”. Obviamente el dueño de tal interpretación es quien la compuso. Sin embargo es difícil no adueñarse de algunos párrafos y hacerlos propios. En la parte que me compete, entiendo que es más fácil dirigir la vista hacia el cielo que al mundo que me rodea, así evito asumir el compromiso que tengo a nivel social.

Cuando fui llamado por quien estaba como presidente del concejo municipal en ese tiempo, a raíz de una denuncia que me había hecho un vecino por utilizar los amplificadores con un sonido elevado en la iglesia, diplomáticamente me pidieron que tratara de darle una solución al tema. Cuando pregunté porque no exigían las mismas cosas en cada fiesta que se llevaba a cabo en el pueblo (lugar donde no tenías donde esconderte para escapar del volumen de la música), la respuesta que recibí literalmente fue: “Lo que pasa es que al pueblo, esto, le conviene económicamente” (claro, implícitamente descubrí que la conveniencia económica en esos momentos era más relevante que 10.000 jóvenes alcoholizados y otros tantos drogados, destrozando todo lo que estuviera a mano).

Querido lector, si en tu corazón late como en el mío, el procurar construir una sociedad mejor, lo primero que debemos hacer es descubrir nuestros rostros y mostrarnos tal como somos, porque desde esa plataforma seremos más creíbles, aunque quizás no tan populares. El dinero puede comprar imagen y prestigio; la integridad no tiene precio. Lo primero llega a su fin y se derrumba cuando el dinero se acaba (a veces antes), lo segundo puede lograr que una ciudad se transforme para el bien de todos, aunque no resalte tanto la opulencia. Pero pensándolo bien… también te da imagen y prestigio, pero claro, de forma ¡Auténtica!

El hombre detrás de la máscara del mundo real no es el héroe televisivo que lucha por la justicia con su “bati-móvil” en Ciudad Gótica o como aquel otro que marca una “Z”. El verdadero hombre detrás de la máscara lo vemos cada mañana en el espejo. ¿Qué cosa no?

    FM "La Señal" 97.7

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